El camino de México hacia el liderazgo femenino y los avances en igualdad de género
En una decisión histórica, el partido gobernante de México ha elegido a Claudia Sheinbaum como su candidata para las próximas elecciones de 2024, lo que marca el inicio de un momento trascendental en la política mexicana. La candidatura de Sheinbaum la enfrenta a la principal contendiente de la oposición, Xóchitl Gálvez, y, si tiene éxito, se convertiría en la primera mujer líder de México. Este desarrollo ha sido recibido con entusiasmo y esperanza por parte de activistas de derechos de las mujeres en todo el país, presagiando un posible punto de inflexión en el papel de las mujeres en la política mexicana.
Maricruz Ocampo, una apasionada activista de los derechos de las mujeres en Querétaro, expresó sus sentimientos al Washington Post, calificando estas elecciones como «un sueño feminista» y destacando la importancia de este momento para remodelar los roles de las mujeres en la política.
Tanto Sheinbaum como Gálvez provienen de campos STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), lo que marca la diferencia en sus trayectorias profesionales. Sheinbaum, de origen judío, es exfísica y representa la alianza de centro-izquierda Juntos Hacemos Historia. Por otro lado, Gálvez es una empresaria e ingeniera en computación con una mezcla única de herencia indígena otomí y mestiza, y se postula por la alianza de centro-derecha Frente Amplio por México.
Christopher Sabatini, investigador principal para América Latina en Chatham House, resalta la notable independencia y trayectorias individuales que tanto Sheinbaum como Gálvez han logrado para sí mismas, distinguiéndolas de la narrativa común de las candidatas femeninas en América Latina, que a menudo tienen vínculos familiares con políticos masculinos.
En muchos países latinoamericanos, las candidatas femeninas a altos cargos de liderazgo han sido, en su mayoría, esposas o exesposas de candidatos masculinos populares. Por ejemplo, en Argentina, Cristina Fernández de Kirchner sucedió a su esposo como presidenta, mientras que en Honduras, la presidenta Xiomara Castro es esposa del expresidente Manuel Zelaya. De manera similar, en Guatemala, Sandra Torres, ex Primera Dama, se divorció de su esposo Álvaro Colom para sortear las leyes de campaña que impiden a los familiares de los presidentes postularse para el mismo cargo. Torres declaró famosamente: «No voy a ser la primera ni la última mujer que decida divorciarse, pero soy la única mujer que se divorcia por su país.»
En este contexto, México destaca como un panorama político único, donde la representación femenina en la política ha avanzado de manera constante. México ha estado a la vanguardia de la participación de las mujeres en la política, incluso en niveles gubernamentales más bajos, como funcionarios estatales y miembros del parlamento. Actualmente, la mitad de los asientos del parlamento nacional de México y la mitad de los puestos del gabinete del gobierno son ocupados por mujeres. Sin embargo, la paridad de género aún es un trabajo en progreso cuando se trata de gubernaturas, con solo nueve de las 32 siendo ocupadas por mujeres.
Las raíces de los avances de México en la representación femenina se remontan a la década de 1990, cuando el régimen de partido único de 71 años bajo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) comenzó a desmoronarse debido a escándalos de corrupción y crisis económicas. Esta era desató un deseo entre los mexicanos de un estilo de liderazgo político radicalmente diferente. Al mismo tiempo, las organizaciones de la sociedad civil que abogaban por los problemas de las mujeres comenzaron a ganar prominencia y a hacerse más vocales.
Christopher Sabatini subraya el surgimiento de una sociedad civil activa y comprometida como respuesta a décadas de represión, control y poder monopólico bajo el gobierno de partido único desde 1921 hasta 2000. Esta nueva sociedad civil desempeñó un papel crucial en la promoción de varios temas, incluidos los derechos al aborto y la representación de las mujeres en la política.
Recientemente, las activistas de los derechos de las mujeres en México celebraron una victoria significativa cuando la Corte Suprema despenalizó el aborto en todo el país, abriendo la puerta para que el sistema de salud proporcione acceso a abortos seguros y legales. Esta decisión marcó un momento crucial en la lucha continua por los derechos reproductivos de las mujeres en el país.
Tras el fin del régimen de partido único, los legisladores en México introdujeron cuotas para aumentar la cantidad de mujeres en cargos políticos. Estas cuotas no solo tenían el objetivo de aumentar la representación femenina en las boletas nacionales, sino también de distribuir la participación de las mujeres en varios roles dentro del gobierno. El compromiso de México con las leyes pro-representación femenina ha superado al de muchos otros países, extendiéndose a puestos en el gabinete y oficinas estatales.
A pesar del papel de México como líder regional en la representación política femenina, el país aún enfrenta desafíos significativos en cuanto a la desigualdad de género. Según el índice de igualdad de género de las Naciones Unidas, México recibió una puntuación de 0.309 en una escala de cero a uno, siendo cero el nivel más alto de igualdad. Esta puntuación subraya la necesidad continua de esfuerzos para abordar las disparidades de género y promover la igualdad en diversos aspectos de la sociedad mexicana.
El camino de México hacia la posible elección de su primera líder femenina en 2024 refleja tanto los avances logrados en la representación de las mujeres en la política como los desafíos persistentes de la desigualdad de género. Las historias de Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez sirven como ejemplos emblemáticos de mujeres que han llegado a posiciones políticas destacadas basadas en sus méritos individuales y logros profesionales, rompiendo con las narrativas tradicionales de vínculos políticos familiares. Aunque México ha dado pasos significativos para promover la participación femenina en la política, la lucha por la verdadera igualdad de género persiste, lo que requiere esfuerzos continuos para abordar las desigualdades sistémicas y empoderar a las mujeres en todos los aspectos de la sociedad.